Mis ancestros Texto y Fotografías de ©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano

Mis ancestros
Texto y Fotografías de ©Manuel Peñafiel 
Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano

Ante la aclamación de la multitud circundando el templo teocalli de forma piramidal emergía un lamento, la carne del pecho de la víctima se abría con la embestida del grueso puñal de obsidiana empuñado por el sacerdote, su acometida rompía los huesos del esternón del cautivo, varias eran las crujientes costillas abriendo el suficiente espacio para que el sacerdote introdujera su mano con filosas uñas a la bullente herida, de donde entre agonizantes gemidos del sacrificado, el religioso extraía el corazón humano para ofrecerlo aún palpitante al esplendoroso Tonatiuh Sol del amanecer aztécatl.

Variados indígenas y muchos mestizos del continente nombrado América por los invasores europeos que arribaron cual brutales depredadores a partir del siglo 15, arguyen que son exageraciones las crónicas españolas narrando dichas ceremonias durante las cuales se ofrendaban los corazones de cautivos y esclavos a las diversas deidades para complacerlas y ganar su protección.
Sin embargo, los muros pétreos labrados en los templos diseminados en la actual República Mexicana muestran claramente de estos ritos, y la arqueología forense ha demostrado de manera irrebatible que sí existieron tales ceremonias sanguinarias.



Hace cientos de años en el México donde yo nací, mis ancestros aborígenes creían que para que el Sol se mantuviese encendidamente vivo, era necesario alimentarlo con la sangre humana, para esto, el gobierno aztécatl solía provocar guerras contra otras etnias y de esta manera capturar mancebos y doncellas para ofrendarlos en estos cultos celebrados en la cima de las enormes pirámides construidas en la Gran Tenochtitlan, capital del Imperio Aztécatl.
Pero mucho antes de que los azteca fundaran la Gran Tenochtitlan, el éxodo al continente sucedió por lo menos hace ocho mil años.
Los cazadores nómadas vinieron del noreste de Asia, caminando, corriendo, atemorizados por las fuerzas naturales. El hambre los obligaba a perseguir a su comida que huía rápidamente galopando sobre sus cuatro patas.
En aquella época, los glaciares al avanzar acumularon gran cantidad de agua, el nivel del mar bajó considerablemente, y entre Siberia y Alaska se formó un puente de tierra por donde pequeños grupos de hombres, mujeres y críos emprendieron las duras jornadas en pos de sus nutrientes, para esto, era necesario permanecer alerta, la supervivencia dependía de las bestias cazadas.
Las tribus se escurrieron hacia la costa occidental de América del Norte. Su caminata duró miles de años; de Alaska bajaron al sur por lo que hoy es California hasta llegar a México. Otros siguieron a Centro y Sudamérica.
Nacieron, sobrevivieron, muchos fallecieron. Cuando los animales de presa escasearon, el estómago dolió con hueco de caverna, las madres con los secos pechos vacíos arrastraban a su chillona prole.
En la dramática y trágica lucha por subsistir se recurrió a engullir plantas encontradas al andar. La  recolección de vegetales y frutos apagó el apetito, y fue entonces que aquellos errantes clanes descubrieron que las semillas arrojadas germinaban en la tierra, generando nuevas matas.
El maíz apareció como principal sustento. Gracias a la agricultura esta gente dejó de ser nómada, el resultado fue la aparición de pueblos en los valles y en las costas, de esta manera, paulatinamente florecieron en distintas comarcas de lo que ahora es la República Mexicana las civilizaciones de los olmeca, maya, tolteca, totonaca, zapoteca, mixteca, chichimeca y otras más.


Los azteca bajaron de una región llamada Áztlan y años después de asentarse cerca del lago de Texcoco se llamaron a sí mismos los mexica, quienes lograron dominar a sus rivales vecinos para después fundar la Gran Tenochtitlan, metrópolis predominante, mientras allá, en siglo 15 en España, la reina Isabel la Católica sistemáticamente despojaba de sus bienes a los judíos, a quienes torturaba antes de quemarlos en hogueras encendidas por la Santa Inquisición dirigida por Fray Tomás de Torquemada.

Con el dinero arrebatado a sus traicionados súbditos de origen hebreo, Isabel la reina católica financió a sus ejércitos que finalmente echaron de la península ibérica a los árabes.
Otro de los patrocinios de Isabel en 1492, fueron las expediciones del depredador genovés Cristóbal Colón, quien solamente fue capaz de hacerse de la tripulación necesaria prometiendo libertad a los presidiarios que se aventuraran a navegar por desconocidos mares, por donde accidentalmente sus carabelas llegaron a las islas del Caribe. Después de anclar sus pestilentes buques infectados con letales virus, Colón y sus secuaces arrasaron el esplendor de la vegetación, esclavizaron a los nativos violando simultáneamente a sus mujeres, para finalmente despojarlos de sus ornamentos de oro, dicha joyería la presentó en la corte de Isabel I de Castilla y su esposo Fernando II de Aragón, o tal vez debería yo escribir Isabel I de Codicia y Fernando II de Haragán.
Animados los monarcas por el preciado metal, más reos se alistaron para abordar galeones hispanos rumbo al Nuevo Continente recién descubierto, llegando posteriormente a lo que ahora es México, más avariciosos españoles comandados por Hernán Cortés.
Hernán Cortés, el homicida encumbrado finalmente sometió al pusilánime Moctezuma II. Y con la ayuda de miles de indígenas aliados logró vencer a Cuauhtémoc, el último emperador aztécatl. Hernán Cortés sin cumplir sus pactos de alianza esclavizó a todos aquellos que le habían brindado apoyo, mientras los frailes católicos quemaban en la hoguera a los indígenas que se negaban a ser bautizados; aquellos clérigos permanecieron impasibles cuando los ruines españoles con el látigo esclavizaron a los aborígenes y tomaron a sus mujeres para su placer.


Del antiguo México de donde yo desciendo, desde entonces, las mujeres han cubierto sus cobrizos pechos con el vaporoso blusón llamado huipilli. Aquí existían curanderos herbolarios y hombres de conocimiento, jerarcas que comulgaban filosofías de sapiencia transmitida, palomas de fuego anidando en el maguey sagrado teometl proveedor del delicioso octli pulque, blanca leche provista por la generosa nodriza Naturaleza.
Sensaciones e ideas esperando ser descubiertas, después de ingerir el reverenciado cactus péyotl, prodigioso vehículo, el cual nos ha transportado a algunos a insospechadas dimensiones extrasensoriales, lo mismo que los hongos alucinógenos llamados teonanácatl carne de dioses, nombrados así por mis ancestros, ya que después de ingerirlos ellos nos conduce por el laberíntico cosmos desconocido para nuestros limitados cinco sentidos, yo experimenté con el péyotl y con los hongos para vislumbrar lo que antaño mis paisanos han sentido y detectado con el pulpo de ideas que es nuestra propia mente.
Antaño en lo que ahora es la República Mexicana vivieron legendarios reyes con dones divinos, guerreros transformados en águilas, un pedazo de sol y piedra convertido en puntual calendario, ciencia, matemáticas, medicina, astronomía; pero también sortilegios, hechizos, supersticiones religiosas, temores y amenazadores presagios.
Por eso, el temeroso rey estrellero Moctezuma II se inquietó cuando en el nocturno cielo apareció un brillante ojo con pestañas de luz volcadas hacia atrás.  Al ver dicho portento cósmico, el soberano aztécatl recordó el sueño premonitorio que había tenido su antecesor Nezahualpilli, quien vaticinó la destrucción de las ciudades bajo la fría cauda de un cometa de mal agüero.
Y luego, cuando aún estaba encrespada la laguna sobre la cual se edificó la Gran Tenochtitlan, un jadeante mensajero llegó hasta el palacio de Moctezuma II, había corrido desde la costa del Golfo para informar la alarmante noticia de que frente a las playas se encontraban enormes casas de madera flotantes, habitadas por hombres con la piel blanca, sus rostros estaban cubiertos con barbas obscuras, rojizas y doradas, protegidos sus cuerpos con carapachos metálicos similares a los que portan las tortugas y los armadillos.


El año era Ce Ácatl, Uno Caña. Moctezuma II se sobresaltó, pues la descripción de estos recién llegados coincidía con la del dios Quetzalcóatl, quien diez Eras atrás, antes de marcharse había pronunciado la sentencia de que regresaría para recuperar su reino toltécatl allá en Tollan, el cual después de debilitarse por rencillas políticas fue sometido por los azteca.

El emperador Moctezuma II mandó espías disfrazados de mercaderes para verificar la información del mensajero; los " ojos reales " regresaron ante el monarca para desenrollar el papel hecho con la corteza del árbol ámatl, sobre el cual solían dibujar artistas y cronistas.
Siendo así, que los retratos de los hombres llegados en tan enormes canoas dirigidas por Hernán Cortés, sobresaltaron el ánimos de Moctezuma II.
En efecto, la tez de muchos de aquellos marineros europeos era pálida igual a nubes de invierno, y su barba tenía el fulgor del oro derretido. Esto trastornó más a dicho monarca, no cabía duda, eran los hombres de Quetzalcóatl.
Inmediatamente Moctezuma II ordenó a sus artesanos la elaboración de joyería y de obsequios para los recién llegados. Fatal y dócil actitud de dicho soberano que puso en un plano sumamente ventajoso a los invasores, al resignarse la suma autoridad mexicana a creer que llegaban con pasaporte divino....la fecha en la visa fatalmente otorgada fue el año 1519.
Así llegaron los "dioses españoles", mitad humanos y mitad bestias, el caballo no se conocía en México, así que los nativos pensaron que jinete y corcel conformaban una portentosa criatura capaz de moverse con gran rapidez, abriéndose paso con largos carrizos oscuros por donde salía fuego que escupía mortales proyectiles. Moctezuma II era descendiente de la horda proveniente de Áztlan que años atrás, había devastado Tollan, donde había reinado Quetzalcoátl, más tarde divinizado por la leyenda.
Cuando desembarcó el capitán español Hernán Cortés, el terror se apoderó de Moctezuma II al pensar en las represalias divinas que le aguardaban, esto asfixió toda resistencia en él.
Moctezuma II murió sin tensar su arco real, cayó sumiso consumido por agonía derrotista mientras permanecía cautivo en sus propios aposentos reales, donde los españoles lo apuñalaron, y así agónico lo asomaron al balcón donde el pueblo lo abucheó lanzándole piedras, pretexto que usaron los magnacidas para pretextar que un golpe de aquellos había matado a su anfitrión real.



La Gran Tenochtitlan respingó indignada al darse cuenta de que sus huéspedes no eran dioses arribados de ultramar, sino pestilentes y vulgares intrusos movidos por la codicia y la lujuria, sin embargo,  la reacción popular resultó tardía e insuficiente, la desorganización acarreada por el débil gobierno de Moctezuma II, y la viruela importada de Europa ya habían hecho estragos en la población.
Por sucesión de linaje Cuauhtémoc tomó el mando, exhortando a sus súbditos a combatir a los invasores, sus soldados se ajustaron su escudo ichcahuipilli dispuestos a repudiar a los bárbaros, pero las municiones atravesaron sus corazas hechas de algodón, y las espadas del ejército de Hernán Cortés, el homicida encumbrado perforaron los escudos de pluma y cuero, mientras los miles de texcocanos adiestrados por Ixtlilxóchitl apoyaban a los españoles, los indígenas tlaxcalteca saqueaban e incendiaban los hogares de Tenochtitlan.
Cuauhtémoc murió validando el significado de su nombre, igual a decidida águila cayó sin temor a ensangrentar su valiente plumaje. El ave real fue hecha prisionera, la tortura carcelaria lisió sus alas cuando Hernán Cortés ordenó torturarle, quemándole los pies para confesar donde estaban los tesoros reales ocultos, los cuales ya no existían después de la rapiña española.
Con el desplome de Cuahtémoc el águila real, el universo aztécatl se salpicó de jade ensangrentado.
Lo que fuera la Gran Tenochtitlan finalmente sucumbió en el año 1521. Los piojos, la esclavitud, las torturas aplicadas por la Santa Inquisición, las enfermedades, y la perversidad religiosa fueron los nefastos cimientos del virreinato español que nocivamente se prolongó durante tres siglos.
Choque de dos culturas, nueva ideología, abusos, ambición, genocidio, atrocidades y corrupción en la burocracia hispana cimentada en lo que se llamó la Nueva España, donde a los nativos se les consideraba criaturas sin alma, subhumanos, se les explotó trabajando en las haciendas de los españoles, ahí se les marcaba con hierro candente con las iniciales de su propietario igual que al ganado.

Los protagonistas, vasallos, verdugos europeos y sometidos de esta época flotan espectrales en el tiempo, algunos límpidos, otros obscenos y maldecidos.


Antes de que yo naciera, los capítulos de la historia de mi Patria se redactaron a golpe de hacha, templándose con látigo ibérico, inscribiéndose con la tinta de la tuna profanada.
Mis genes están impregnados de violencia y tragedia, en mi torrente sanguíneo navegan pretéritos sucesos que han conformado  complicado subconsciente.
Yo nací en 1948 del siglo 20 en la Ciudad de México, antaño la Gran Tenochtitlan.
Sin embargo, me pregunto:
¿ Quedarán en mis genes vestigios de ascendencia asiática, y será por esto que cuando viajo a Oriente me siento en casa, en aquella solemnidad  que transporta a la abstracción, fluctuando mis conceptos en placentero jardín de roca ? ¿ Estoy hecho de la humilde grava del pensamiento ?
¿ Tendré sangre judía transmitida por aquellos antiguos residentes hebreos de España ? Mis cejas son obscuras como las de los antiguos pastores del desierto, me indigna y acongoja la humillación y el genocidio perpetrados por los nazis.
Aunque también violenta mi estado de ánimo, las incursiones bélicas de Israel en los territorios ocupados por los judíos, quienes por medio de la fuerza, muros separatistas y bombardeos han echado de su propias tierras a los árabes que vivían en aquellos páramos.
Bombardeos israelíes que han desmembrado niños, y sepultado a la población civil palestina, mientras el mundo y la ONU evaden el derecho palestino a declararse un país reconocido.
¿ Acaso mis antepasados fueron judíos forzados a abandonar sus costumbres, cambiando de apellido para evitar ser aniquilados por la persecución de la reina española Isabel la Católica y su despreciable fraile Tomás de Torquemada, asesino cobijado y envalentonado por la Santa Inquisición Católica  ?
Mi apellido paterno es enteramente ibérico ya que en España existe el Castillo de Peñafiel. Probablemente desciendo de algún cocinero palaciego, un sirviente, un mayordomo, o del mismísimo caballero que erigió aquella fortaleza.
Humberto Ruíz Sandoval, mi abuelo materno nacido en México fue un hombre de impecable conducta, honesto, trabajador y con talento periodístico, siendo joven cantaba ópera por afición, su piel era blanca, y sus ojos tenían el color azul de la bondad, debido a esto, mi piel es más clara que la de la mayoría de mis paisanos mexicanos, y me crece abundante barba de incansable marinero.

Yo desearía descender de algún poeta indígena, a quien después de salpicarlo de agua con bacterias bendecidas durante el supersticioso bautizo católico, tal vez, los frailes lo obligaron a adoptar el apellido de su padrino gachupín.
Mis genes están enclavados en cimientos europeos, aunque detestaría descender de algún expresidiario de aquellos que conformaron la tripulación de Cristóbal Colón, aquel nocivo genovés que cometió genocidio y ecocidio apenas pisó las islas del Caribe, aquel tratante de esclavos que llevó algunos nativos a la corte de Isabel I de Castilla, siendo papa en aquel entonces, Alejandro VI aquel enjoyado sujeto que pronunció que aquellos salvajes desnudos no se podían considerar criaturas de dios.
Fue este mismo racista pontífice, quien antes de autonombrarse Alejandro VI su nombre era Rodrigo de Borja, nacido en Aragón, España, mejor conocido por su transformado apellido en Borgia. Alejandro VI, hombre intrigante y corrupto que alcanzó su poder gracias a que era sobrino del papa Calixto III.
Odio pensar que yo pudiera descender de alguno de aquellos cuatrocientos mercenarios que conformaron la pandilla del homicida encumbrado Hernán Cortés, a quien la historia lo ensalzó, mintiendo al asegurar que esos escasos invasores fueron capaces de derrotar al Imperio Aztécatl, omitiendo decir que el caos en la Gran Tenochtitlan fue debido a que a Cortés se le unieron miles de indígenas que deseaban el derrumbe de Moctezuma II.
Prefiero elucubrar que tal vez soy un descendiente de algún comerciante ibérico que llegó a la Nueva España, sin las perversas intenciones de muchos otros, a quizá desciendo de algún sastre, cantante o escritor de aquella época.
Me tiene sin cuidado, si yo provengo de castas con emblema y armadura, a los de la realeza y aristocracia siempre los he considerado parásitos con títulos nobiliarios heredados.
Lo cierto es, que en mí sí existen vestigios del gusto por la exquisitez y el anhelo cultural de los antiguos árabes, ya que mi bisabuela paterna fue Rufina Asiain, apellido que entraña el murmullo de la arena en el desierto, cuando la ventisca la levanta y  cada grano vuelve a descender formando los centuriales diseños del Sahara. Mi bisabuela Rufina se apellidaba Asiain, y tal vez a México llegó algún pariente de aquellos musulmanes que dominaron a España durante los años 711 y 726.



Definitivamente tengo sangre indígena, porque detesto los agravios cometidos por Hernán Cortés el homicida encumbrado, y los demás hispanos que ultrajaron a mi pueblo aborigen con la complicidad del clero católico.

Venero simbólicamente la sabiduría poética que entrañan las leyendas del México antiguo; disfruto averiguar acerca de aquellos fantasiosos seres, tales como Tlaloc dios del viento, Chicomecóatl proveedora del maíz nuestro nutriente ancestral, Xochiquetzalli patrona de las mujeres tejedoras de cintura, Eécatl jefe del viento, y del agave, junto con otros muchos dioses que conforman el panteón ancestral, sin embargo, pienso en ellos sin recurrir a inútiles plegarias; todas las religiones son producto de la imaginación, codicia, afán de poder y cobardía de los seres humanos, quienes no se resignan a aceptar que en este Universo somos huérfanos, y que no existe ninguna clase de existencia después de la muerte por la cual aspirar.
También resguardo rastros de los gitanos descendientes de aquellos emigrantes de la India que llegaron a Europa, de los indios heredé el respeto hacia los seres vivos.
Una cosa sí debe ser cierta, mi ascendencia indígena no pertenecía a la nobleza, aún tengo el resentimiento de los oprimidos. En el México prehispánico hubo nepotismo y tiranía, de siglos atrás proviene la forma de gobierno impuesta con ausencia democrática. Es por esta razón, que al saqueador Hernán Cortés se le facilitó la represión de estos vastos territorios ahora llamados conjuntamente México, desde que este racista y codicioso español desembarcó en Veracruz, los pueblos sojuzgados que fue encontrando a su paso hacia la Gran Tenochtitlan, le facilitaron el camino para que llegara a la ciudad capital del imperio aztécatl, donde gobernaba Moctezuma II un dictador fanáticamente religioso apoyado por las familias dominantes. Y desde el virreinato español se incrustaron en estas tierras los corruptos parásitos de la burocracia
Sin embargo, al final de cuentas, hablar de razas es intrascendente, siendo en ocasiones el nido del racismo y el desprecio, existe una sola raza que conforma a los habitantes del planeta Tierra, los más antiguos vestigios humanos han sido hallados por los arqueólogos en África. La sangre que corre en las venas es la misma en todas las personas; la que corre por las venas y arterias del aborigen africano o australiano es del mismo color que la del esquimal, el pastor de llamas en los altos Andes, igual a la del chino, a la del taxista en Nueva York, o a la del empresario europeo.
La sangre de los soldados y policías que disparan en contra de los manifestantes, es igualmente vulnerable a la de los presos políticos encarcelados y torturados.
©Manuel Peñafiel
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