La corteza del árbol cerebral - Texto y Fotografías de ©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.
La
corteza del árbol cerebral
Texto
y Fotografías de ©Manuel Peñafiel
Fotógrafo,
Escritor y Documentalista Mexicano.
La
última vez que tomé la pluma, al puño lo crispé tanto que la piel de los
nudillos palideció y comenzó a agrietarse, dolía con reumatismo emocional, no
solté el bolígrafo que siguió pariendo redactados conceptos, la carne de la
mano abrió sangrante pulpa, el hueso del pesar se asomó rasgando los
tejidos…..dolió mucho haber recordado.
El
fascinante e intrincado archivo mental puede revivir episodios disueltos en el
tiempo. La memoria es fábrica de malestar o bienestar, opté por buscar el
segundo estado de ánimo, anudé las sandalias y decidí seguir recorriendo el
camino que se presentaba semejante a una larga tira de papel en blanco, un códice
sin explorar con los trazos disimulados en la incógnita. Tenía que hacer
cautivo al miedo, anularlo para seguir viviendo.
Para
lograr este propósito sentía la necesidad de deshacerme de carga acumulada
dentro de mí. El cuerpo, ese constante aliado, me avisaba que tenía que llorar,
por más esfuerzos que hacía no podía recordar la última vez que lo había hecho.
Desde
niño las circunstancias me obligaron a cerrar los ductos por donde sale dolor
licuado. Frecuentemente en el medio familiar y social al individuo se le
prohíbe llorar cuando aguijonean las penas. El niño deja de llorar por temor al
padre, por compasión hacia la madre, por timidez a ser tildado de débil. Algunos
infantes reprimen el llanto ante la represión de un maestro escolar que se relame al
apabullarnos.
Desde
pequeños empezamos a tragar sufrimiento, solamente inflamos las mejillas en lo
que llaman un “ puchero “, y en efecto, es un puchero con ingredientes en
amarga ebullición, hirviendo dentro de nosotros sin poder salir; la ira y la rabia
anudadas en desconsuelo solitario que llevamos durante descalza infancia.
Más
tarde, la juventud se disfraza con falsa robustez, y aunque continúan
infringiéndonos heridas, el llanto sigue censurado y cuando menos lo esperamos
llega la tediosa edad adulta, sin embargo, nada ha cambiado dentro de nosotros.
Los hombres tienen necesidad de rasurar el rostro y las mujeres depilan sus
piernas, siendo imposible rasurar o arrancar las penas y tragedias; éstas
siguen creciendo en oscura maleza que roba oxígeno a nuestras vidas. Los
pesares nos rodean, oscurecen a la luz, entonces solamente apretamos los puños
y nos ponemos mal por dentro. Pero el llanto ha quedado olvidado, como
antigüedad funcional que solamente vemos recreada por actores y actrices en
películas y obras de teatro. El llanto es algo que vemos con frecuencia pero
equivocadamente pensamos ajeno a nosotros.
Los
meses transcurrieron, había momentos en que me dolía la cara, las facciones se
endurecían con sentimientos amontonados. Sentía deseos de llorar pero no lo
hacía. Los días se apagaron las noches se encendieron. Salí de mi habitación y
tomé angosta vereda que se abrió ante mí, la seguí por varias lunas hasta que
llegué frente a un gran árbol; su tronco ancho y rugoso daba el aspecto de
estar seco, pero no era así, tenía segmentos verdes con dispersas promesas
vegetales. Toqué el árbol. Sabía que llevaba antiguos años de pie, contenía
historias talladas en su añeja madera.
En
los pliegues de su rugosa corteza pude descifrar que hacía tiempo vivió una
niña a quien desde pequeña la agraviaron sus padres con regalos y mimos. Cuando
cumplió tres años le obsequiaron un tarrito de plata, pero olvidaron llenarlo.
La niña creció tan atiborrada de cuidados que el cúmulo sobre ella fue ahogando
su voz. Estaba ahí pequeñita, queriendo decir lo que en realidad deseaba, pero
una muralla de caricias equivocadas diluía el sonido de las palabras dirigidas
a sus padres. La niña se incomodaba al no ser escuchada, torcía su boquita en
mueca y seguía insistiendo. Hablaba pero su delgada voz era débil para
incrustarse en esa lana gorda del abrigo de sus padres. En las noches cuando ya
estaba en su cama depositaba su cabecita sobre el almohadón, abría sus ojos en
la oscuridad y se preguntaba más de una vez, ¿ por qué no me escuchan ? Tantas
veces se hacía la misma pregunta, que al no encontrar respuesta acababa por
dormirse.
La
niña fue creciendo. Cada vez que trataba de argumentar algo, su madre la cubría
de palabras egocéntricamente cariñosas y sepultaba los pensamientos perlados de
su hija. La niña creció, se hizo bella jovencita. Usaba vestido de tira
bordada, llena de ojitos textiles y abanicos en crinolina. A su cabello ataba
un moño que colgaba en dos tiras de golondrina con cola partida y móvil.
A
pesar de no faltarle nada y vivir como princesa, la joven vestía harapos dentro
de su alma. Nunca nadie le había permitido expresar su opinión, los adultos
siempre habían dado por hecho que ella estaría de acuerdo en todo lo ocurrido.
La gente a su alrededor hablaba pero no escuchaba. El extenso guardarropa de la
joven comenzó a adquirir dureza diaria. Las blusas eran ámpulas sobre su piel.
Los vestidos apretaban el talle y las medias ahorcaban sus redondos muslos de
acitrón y nuez.
Durante
las noches no había perdido la costumbre de permanecer despierta con los ojos
abiertos, deseando ser escuchada por la
gente, pero ahora la oscuridad de la habitación se introducía por sus ojos,
empujándolos hacia adentro, metiéndose aquellas tinieblas por las cavidades
oculares, este vértigo nebuloso le revolvía los órganos del cuerpo. La muchacha
sentía que la frente se le ahuecaba, las sienes parecían hincharse cual hongos
descompuestos. En su garganta se formaba una madeja de secura. Sus pechos se
aplastaban con soledad acumulada, y en sus entrañas sentía un cuchillo con la
empuñadura hacia abajo que le mortificaba el pubis cual estorbosa palanca.
La
muchacha entonces ponía el almohadón sobre ella apretándolo contra de sí,
tratando de mitigar la ansiedad que afligía a los potros en la caballeriza de
su mente.
Llegó
el momento en que se creyó era prudente que se casara. El esposo hablaba tan
fuerte que la mujer tampoco ahora era capaz de responder y ser escuchada. Y sus
padres habíanse hecho viejos sordos atornillados a dos mecedoras donde rumiaban
inútiles remembranzas.
La
mujer en el matrimonio no encontró felicidad, sus pensamientos se fueron
acumulando en su cabeza. Durante las noches cuando el marido roncaba era cuando
ella encontraba la única oportunidad de hablar. Lo hacía en voz alta sin
tapujos ni restricciones, nadie la podía callar. El esposo roncaba tan fuerte
que las palabras de la mujer se perdían en la noche igual a castañuelas
pisoteadas.
Los
años transcurrieron, la mujer fue
perdiendo su vitalidad. Nadie se percató cuando dejó de hablar por completo. En
las mañanas el marido le daba los buenos días pero no esperaba la respuesta.
Durante las comidas con los amigos todos parloteaban tanto que ni siquiera
reparaban en el prolongado silencio de aquella mujer que se fue apagando. Fue
fantasmita perfumado que vivió sus últimos años entre sus hijos, el esposo, los
amigos de su esposo y los parientes del armario.
Cierta
mañana el marido se levantó de la cama como era su costumbre, se dirigió a la
ducha donde acabó de despertarse. Después del baño salió a vestirse y encontró
a su mujer aún tendida en el lecho, así que le ordenó que se apresurara a
preparar el desayuno. Cuando de ella no obtuvo respuesta, se acercó a ver lo
que le ocurría. La encontró muerta. Azulada. Era delgado pez entre almidonadas
sábanas. Aquel hombre se alarmó al verla en ese estado. No sintió tristeza por
ella; sino que se asustó ante la idea de quedarse solo en una casa que no
sabría llevar sin la impecable ayuda de su esposa fallecida.
El
recién viudo llamó por teléfono al médico de la familia quien acudió de
inmediato. Mientras la revisaba para buscar la posible causa de su
fallecimiento, el marido brincó fuera de la habitación pues no soportaba el
hedor a muerte. Cuando salió el médico, el esposo lo acosó con preguntas para
saber lo ocurrido. El doctor dijo que estaba desconcertado pues al abrirle la
boca a la mujer lo que encontró fue su lengua atorada en la garganta. Es como
si hubiese tragado su propia lengua, esto provocó la asfixia, explicó el
médico.
Ninguno
entendió que aquella mujer decidió tragar un trozo de carne inútil. Durante su
solitaria vida jamás la escucharon.
Continué
examinando el tronco, tan cerca que mi nariz rozó a una oruga verde y regordeta
que me miró fijamente recriminando tal atrevimiento. Le pedí disculpas y le
pregunté qué hacía. Respondió que buscaba un profesor que le enseñara a tocar
el piano.
Verás,
dijo. Al recorrer este rugoso tronco he perdido varios de mis dedos, pero eso
no importa, esperaré a que renazcan y entonces podré tocar el piano y saldrán
hermosas melodías, pues yo creo en los sueños. Perseguir un sueño es lo que nos
mantiene vivos.
Diciendo
esto la oruga abrió su oscura boquita y salieron de ella hilillos de vapor que
se me enredaron haciéndome sentir placenteras sensaciones. Luego, la oruga dijo
que la siguiera. Así fue que me mostró la fábrica de arpas, el panal de donde
sacan ideas los artistas, y el alma azul de las ranas. Llegamos a un extenso
campo sembrado de frondosos almendros.
Aquí
es donde vienen a alimentarse todas las personas que han muerto, dijo.
Después
de esto la oruga desapareció. Pasé mucho tiempo buscándola. La penumbra caía y
cada vez era más difícil ver con claridad. Desistí decepcionado al no encontrarla.
En
la oscuridad oí una grave voz que me hablaba, el miedo cual intruso gato
rasguñó mi espalda.
¿
Quién eres ?, pregunté en voz alta.
Soy
el árbol, la voz respondió, pasa dentro de mí.
Quedé
inmóvil sin saber que hacer.
¿
Qué ocurre, acaso no deseas entrar a mí ?
Claro
que sí, respondí, lo que pasa es que me ha sorprendido que alguien me abra las
puertas de su ser.
El
árbol, entonces dijo:
Quita
esa cara de tonto que en ocasiones te hace parecer como un cínico, ¿ acaso no
has tenido problemas con ella ?.
Sí,
respondí, en ocasiones me la han querido romper a golpes.
El
árbol expresó:
Estoy
lleno de respuestas, sin embargo, los seres humanos son necios que se empeñan
en mirar directamente al horizonte cegándose con la resolana incógnita de su
origen, solamente debemos de vivir agradecidos por su luz.
Los
idiomas son anchos ríos de donde beber. La prosa es capaz de construir paraje
libertarios, revivir a los muertos, florecer ausencias, conversar con los
zapatos y los croares de las alegres ranas.
El
estado de ánimo es un modesto carboncito situado en el interior de nuestro
pecho a la altura del plexo solar, no hay que dejarlo apagar, su pequeña brasa
puede ser avivada con los pensamientos. Dejarse hundir en la depresión es la
peor agresión contra uno mismo. Revolverse en la tristeza es acuchillar a dicho
carboncito. Los humanos son seres mentales que aún no aprenden que nuestra
voluntad puede llegar a ser indestructible. El pensamiento es una dimensión por
donde podemos introducirnos al cosmos.
La
mente es fortaleza viajera que no pueden destruir los enemigos, es oasis de
donde beber reafirmación, placer y arrojo. Nosotros somos lo que pensamos, todo
está ahí esperando ponerse en movimiento, la orden definitiva es nuestra, la
mente nos obedecerá siendo nuestra consejera y amante camarada.
El
destello de aquel árbol me invitó a entrar en él. En medio de su ancho tronco
se distinguían los anillos de su larga vida. En ellos pude leer: Han sido muchos los que han temido y otros
han dicho a los primeros lo que deben hacer, pues los muchos no sabrían qué
hacer con su libertad, es así que las multitudes han cerrado su oportunidad
dejándose arrastrar acatando restricciones impuestas por gobiernos y
religiones.
La
inmovilidad es la mutiladora nodriza. No desperdiciemos existencia, meditemos nuestras capacidades
propias infiltrando sus mensajes en el silencio hurtado al bullicio de la
mayoría. El ser humano decidido es prodigio de inventiva y el más rebelde del
ancho cosmos, aún así pequeño y desnudo ante las galaxias se atreve a desafiar
con la audacia de un infante explorador del calendario universal.
La
fortuna de uno mismo es ser capaz de descifrar el códice milenario implantado
en cada uno de nosotros por magnífica evolución que es progenitora de nuestro
erecto andar.
A
pesar de que los bosques son ahora de concreto, el ser humano no ha cambiado su
condición de cazador, es necesario matar a las bestias que mastican el ánimo
descuartizando el optimismo.
Con
los años transcurridos el ser humano penderá a su pecho collar de trofeos que
son los dientes de las bestias aniquiladas con el hacha de la voluntad. En
dicho triunfal adorno penderá el colmillo de aquel animal que es el miedo,
colgará el diente de la infamia intimidada, el molar de la familia
desequilibrada, los incisivos de los perros vicios.
Mi
caminata prosiguió sin censurar ya más mi química hormonal cuando el aroma de
las dermis femeninas acelera mi apetito. No es necesario que las religiones
vengan de fuera. Los principios los dicta la consciencia de uno mismo. Me
prohíbo lastimar a las personas. La mentira y la hipocresía me hacen vomitar. ¿
Pero, con cuántas personas puedo compartir este estado de ánimo reencontrado ?
Acaso los demás no están amurallados por prejuicios y sospechas, sospechan de
sí mismos, por lo tanto, jamás confiarán en los demás.
Escribo
esto íntimamente para la horda de cazadores que dispersos caminamos. Quizás
algunos seamos similares y podamos sentarnos alrededor de la fogata para
recolectar recuerdos y elaborar estratagemas para delante.
Salí
del árbol dispuesto a recorrer el orbe. Caminé por la barranca que conduce
hasta mi casa, al mover la hojarasca tenía la sensación de que pisaba los malos
recuerdos que se desbarataban en inútil sequía. Moví las piernas pisando rítmicamente
contra el suelo, me moví como la hierba sacudiendo de mí los rencores, escupí
las flemas de la ira.
Después
de varias estaciones se lavó el ánimo resentido y encontré parcial
reconciliación con mis ancestros. A mis padres les agradecí la productiva
herencia que depositaron en mí, y trato constantemente de no ahogarme
recordando sus deficiencias de personalidad.
En
mi espaciosa mansión doblé la ropa, guardé los objetos de arte, tapé el salero
y empaqué la vajilla. Descolgué las pinturas enmarcadas colgadas en las paredes
envolviéndolas para resguardarlas en mi bodega que al principio estuvo fría,
sin embargo, conforme se fueron acumulando aumentó la temperatura ambiental,
tal como si hubiesen sido personas ahí reunidas.
Cuando
salí de la bodega, me di cuenta de que no había puesto cuidado en poner los
cuadros al derecho; al envolverlos perdí la noción de su contenido; les pedí
disculpas por haber dejado de cabeza algunos retratos deseando que no
estuviesen muy incómodos hasta que nuevamente reabriera los paquetes.
Cuando
volví al interior de mi casa contemplé los muros vacíos, ver las paredes llanas
y amplias me procuraba descanso. Mi mente siempre ha estado llena de imágenes,
pensamientos poblados de eventos y percances.
Observar
la mansión adornada únicamente de impecable arquitectura me provocaba placer.
Boté los zapatos junto con la ropa, me acosté, oprimí mis genitales contra el
fresco piso de barro barnizado, calor llegó a mis extremidades, arribando la
risa metálica de la aventura de aluminio, a este sonido introduje la
convivencia del erizo y la medusa, boquerón y red, fuego y ventisca.
Rompí
todos los espejos, ya no era necesario inspeccionarme rigurosamente,
acicalándose para buscar la aprobación. El bienestar es rehilete que gira con
soplido visceral.
Después
de exorcizar dolores y rencores arribó frescura a mi estado de ánimo. Después
es una palabra que siempre me ha gustado ya que para mí significa pequeño puente de escarcha, igual a lazo invisible.
Después es una ancha llanura donde se ha sembrado. Después llega cuando uno ha
encontrado. Después del hambre llega el trozo de idea pan a la boca de la
mente. Después del nacimiento empieza el crecimiento. Después de abrir los ojos
se encuentra la belleza. Después de los tropiezos se emprende la carrera.
Después del sollozo entra el oxígeno a los pulmones. Después de la herida surge
la cicatrización. Después de la duda llega la respuesta. Después de la sequía
cae la llovizna. Después del abrazo nos persigue un beso. Después de conocerse
echa raíces la amistad. Después de la noche llega el día. Después de la sonrisa
perdura el recuerdo. Después del pez queda su estela. Después de la comida
viene el postre. Después de la comprensión se forja la fuerza. Después de la
guerra supimos sobrevivir. Después de la prisión se tira la camisa rota.
Después del aullido se asoma el zorro plateado. Después de la partida de los
gansos llega el invierno. Después de la soga cae el ahorcado. Después de la
corbata la sociedad se esclavizó. Después de las penumbras se inventaron a los
dioses. Después de las falsas promesas de los predicadores solo quedan
plegarias desgastadas. Después de elaborar propias y espontáneas metas no
necesitarás a ningún codicioso clérigo. Después de leer tantos libros solo
importa el criterio propio. Después de percibir la hipocresía sabrás quién es
sincero. Después de que parlotee la gente espera al balsámico silencio. Después
de sacar la daga no la uses. Después de expresarte sentirás alivio. Después del
mal fallece todo. Después de las aves se inventó la música. Después de ser
niños seguiremos siendo gigantes, si no olvidamos nuestra infancia. Después de
las niñas se extrajo el perfume. Después de la rosa me espiné la mano.
Después de la orfandad la naturaleza nos
adopta. Después del silbido del rumor me tapé los oídos. Después de la
buganvilla jamás olvidaremos el color. Después del agua nos regeneraremos
sanamente. Después del llamado persiste el eco. Después del río sigue el océano
y luego su grandeza. Después del vuelo los problemas se ven pequeños. Después
de volcar la ira anida la serenidad. Después de abrir la mina de tu pecho se
encuentra el carbón que será diamante. Después de haber amado se pueden cruzar
barrancas. Después del hilo se forma el tejido. Después de la araña nació la
geometría. Después del capullo voló el sentimiento. Después de la risa el
orfebre trabajó la plata. Después de la luna plena se agrandaron tus ojos.
Después de los padres cimentamos nuestra libertad. Después de la paz llega la
muerte. Después de la muerte nacen las biografías. Después del mundo el nido
cósmico palpita. Después de un arrullo pensaré en ti. Después de escribirte
cerraré mi abecedario que descansará satisfecho. Después de la confusión
regresa a ti misma. Después de la madrugada
gélida resplandece el medio día. Después de esta carta reiré a solas. Después
de leerla no la tires. Después de un árbol verás el bosque. Después de caminar
en él, no te pierdas. Después de pensarlo mucho, da un sí total. Después del
después todo es empezar. Después de haber vivido, nadie nos puede obligar a
olvidar.
©Manuel Peñafiel
Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.
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