La corteza del árbol cerebral - Versión Corta - Texto y fotografía de ©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano

La corteza del árbol cerebral - Versión Corta
Texto y Fotografías de ©Manuel Peñafiel
Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.


Cierta tarde en que la barranca susurró avisándome que me aguardaba, salí a caminar por la rivera del riachuelo que corre justo atrás de mi casa, la cual, está poblada por los ancianos del agua, me refiero a los árboles llamados ahuehuetes o sabinos, cuyo significado proviene de nuestro ancestral idioma náhuatl: atl agua – huéhuetl viejo y venerado, cuyas palabras enlazadas le dan su nombre ahuéhuetl a esos sabios gigantes con cabellera verde que habitan a orillas de los ríos.
Uno de aquellos enormes portentos de la naturaleza movió sus ramas en señal de espontánea bienvenida, al examinar su tronco tan de cerca, mi nariz rozó a un simpático y regordete ciempiés que me miró fijamente recriminando tal atrevimiento.
Le ofrecí disculpas, y le pregunté qué hacía.
Respondió que buscaba un profesor que le enseñara a tocar el piano.
Verás, dijo:
Al recorrer este rugoso tronco he perdido varios de mis dedos, pero eso no importa, esperaré a que renazcan, y entonces podré tocar el piano y saldrán hermosas melodías, pues yo creo en los sueños. Perseguir un sueño es lo que nos mantiene vivos.
Diciendo esto aquel ciempiés abrió su oscura boquita y salieron de ella hilillos de vapor que se me enredaron haciéndome sentir placenteras sensaciones. Luego, mi diminuto amigo dijo que lo siguiera. Así fue que me mostró la fábrica de arpas, el panal de donde sacan ideas los artistas, y el alma azul de las ranas.
Después, llegamos a un extenso campo sembrado de frondosos almendros.
Aquí es donde vienen a alimentarse todas las personas que han muerto, dijo.
Después de esto, el ciempiés desapareció. Pasé mucho tiempo buscándolo. La penumbra caía y cada vez era más difícil ver con claridad. Desistí decepcionado al no encontrarlo.
En la oscuridad oí una grave voz que me hablaba, el miedo cual intruso gato rasguñó mi espalda.
¿ Quién eres ?, pregunté en voz alta.
Soy el árbol, la voz respondió, pasa dentro de mí.
Quedé inmóvil sin saber que hacer.
¿ Qué ocurre, acaso no deseas entrar a mí ?
Claro que sí, respondí, lo que pasa es que me ha sorprendido que alguien me abra las puertas de su ser.
Aquel centenario árbol ahuéhuetl, entonces dijo:
Quita esa cara de tonto que en ocasiones te hace parecer como un cínico, ¿ acaso no has tenido problemas con ella ?.
Sí, respondí, en ocasiones me la han querido romper a golpes.
El erudito sabino, expresó:
Estoy lleno de respuestas, sin embargo, los seres humanos son necios que se empeñan en mirar directamente al horizonte cegándose con la resolana incógnita de su origen, solamente debemos de vivir agradecidos por su luz.
Los idiomas son anchos ríos de donde beber. La prosa es capaz de construir paraje libertarios, revivir a los muertos, florecer ausencias, conversar con los zapatos y los croares de las ranas parlanchinas.
El estado de ánimo es un modesto carboncito situado en el interior de nuestro pecho a la altura del plexo solar, no hay que dejarlo apagar, su pequeña brasa puede ser avivada con los pensamientos.
Dejarse hundir en la depresión es la peor agresión contra uno mismo. Revolverse en la tristeza es acuchillar a dicho carboncito. Los humanos son seres mentales que aún no aprenden que nuestra voluntad puede llegar a ser indestructible. El pensamiento es una dimensión por donde podemos introducirnos al Cosmos.
La mente es fortaleza viajera que no pueden destruir los enemigos, es oasis de donde beber reafirmación, placer y arrojo. Nosotros somos lo que pensamos, todo está ahí esperando ponerse en movimiento, la orden definitiva es nuestra, el cerebro nos obedecerá siendo nuestro consejero y camarada.
El destello de aquel árbol me invitó a entrar en él. En medio de su ancho tronco se distinguían los anillos de su larga vida. En ellos pude leer:
Han sido muchos los que han temido y otros han dicho a los primeros lo que deben hacer, pues los muchos no sabrían qué hacer con su libertad, es así que las multitudes han cerrado su oportunidad dejándose arrastrar acatando restricciones impuestas por gobiernos y religiones.
La inmovilidad es la mutiladora nodriza. No desperdiciemos la existencia, meditemos nuestras capacidades propias infiltrando sus mensajes en el silencio hurtado al bullicio de la mayoría.
El ser humano decidido es prodigio de inventiva y el más rebelde del ancho cosmos, aún así, pequeño y desnudo ante las galaxias se atreve a desafiar con la audacia de un infante explorador del calendario universal.
La fortuna de uno mismo es ser capaz de descifrar el códice milenario implantado en cada uno de nosotros por magnífica evolución que es progenitora de nuestro erecto andar.
A pesar de que los bosques son ahora de concreto, el ser humano no ha cambiado su condición de cazador, es necesario matar a las bestias que mastican el ánimo descuartizando el optimismo.
Con los años transcurridos, el ser humano penderá a su pecho collar de trofeos que son los dientes de las bestias aniquiladas con el hacha de la voluntad. En dicho triunfal adorno penderá el colmillo de aquel animal que es el miedo, colgará el diente de la infamia intimidada, el molar de la familia desequilibrada, los incisivos de los perros vicios.
Mi caminata prosiguió, meditando que muchos son los que están amurallados por prejuicios y recelo, sospechan de sí mismos, por lo tanto, jamás confiarán en los demás.
Escribo esto íntimamente para la horda de cazadores que dispersos caminamos. Quizás algunos seamos similares y podamos sentarnos alrededor de la fogata para recolectar recuerdos y elaborar estratagemas para delante.
Salí del árbol dispuesto a recorrer la creatividad mental.
Caminé por la barranca que conduce hasta mi casa, al mover la hojarasca tenía la sensación de que pisaba los malos recuerdos que se desbarataban en inútil sequía. Moví las piernas pisando rítmicamente contra el suelo, me moví como la hierba sacudiendo de mí los rencores, escupí las flemas de la ira.
Tras varios intentos, se lavó el ánimo resentido y encontré parcial reconciliación con mis ancestros. A mis padres les agradecí la productiva herencia que depositaron en mí, y trato constantemente de no ahogarme recordando las deficiencias de su personalidad.
En mi jardín contemplé el infinito horizonte poblado de reconfortantes nubes, observar los amplios cúmulo me proveyó descanso. Mi mente siempre ha estado llena de imágenes, pensamientos poblados de eventos y percances.
Más tarde, me desvestí para introducirme en mi confortable lecho, los ladridos de los desdichados perros encerrados en las cocheras de sus egoístas dueños quebraban la obscuridad, me levanté para cerrar las ventanas herméticas de mi alcoba para no escuchar sus lastimeros aullidos, ya bien entrada la noche, volví a abrir los ventanales, la vespertina calma arribó junto con la risa metálica de la aventura de aluminio, a este sonido introduje la convivencia del erizo y la medusa, boquerón y red, fuego y ventisca, los grillos frotaron sus alas y patas posteriores reafirmando su presencia con su canto.
Antes de que el sueño venciera a mis párpados, me propuse poner en práctica cotidianamente los consejos del árbol sabio:
Rompe mentalmente los espejos de la autocrítica, silencia las atormentadoras y nada saludables autorrecriminaciones. No es necesario inspeccionarse rigurosamente buscando la aprobación de la sociedad. El bienestar es rehilete que gira con soplido visceral.
©Manuel Peñafiel
Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.
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©Manuel Peñafiel
Mexican Photographer, Writer and Documentalist.
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