Repugnante incidente - Texto y Fotografía de ©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano
Repugnante
incidente
Texto
y Fotografía de ©Manuel Peñafiel
Desde
la infancia mis conocimientos fotográficos habían sido autodidácticos, así que
en 1972, decidí inscribirme en el Instituto Tecnológico de Rochester, EUA para
complementarlos.
Dos
años después, a mi regreso a México, di a conocer algunas de mis imágenes por
medio de algunos periódicos y revistas, y aunque apreciaba y agradecía el
espacio concedido en dichas páginas, consideraba efímeras este tipo de
publicaciones, así que decidí ser el editor independiente de mis propios
volúmenes para hacer perdurar mi labor; fue así que comencé a trabajar en un
libro sobre el Estado de México, publicado finalmente en 1975.
En
ocasiones algunas personas piensan que ser fotógrafo es parecido a ir de
vacaciones acompañado de una cámara. La realidad está lejos de eso. Es
necesario madrugar. Conducir el automóvil durante muchas horas buscando
locaciones, no se come bien. Los elementos climatológicos castigan fríamente o
calurosamente. Y surgen situaciones en la que la gente no siempre es amable,
sino por el contrario, llega a tornarse hostil y agresiva, como aquel día en
que trepé al Cerro de la Santa Cruz, donde se celebraba una de tantas
festividades religiosas.
Debido
a que la iglesia se halla enclavada en la cima, la cual se alcanza por la única
y angosta vereda, me vi forzado a dejar mi camioneta estacionada a las faldas
del monte. Con el pesado maletín al hombro conteniendo dos cámaras
fotográficas, rollos para diapositivas a color 35mm, junto con media docena de
lentes cortos y largos, además del tripie recargado en el otro hombro,
fatigadamente escalé aquel resbaladizo sendero de barro.
Cuando
llegué al atrio del templo un grupo de individuos se encontraban danzando. Los
bailarines todos hombres, vestían pantalones de lustroso satén con borlas de
colores cerca de los tobillos, Sobre los hombros les ondeaban coloridas capas
del mismo material. Había dos grupos, uno portaba máscaras de madera con
rostros tallados de hombres blancos y barbados, el otro llevaba máscaras de
oscuros animales y cabezas de águila. Los danzantes golpeaban sus filosos
machetes en metálico ritmo marcado por un tamborilero y acompañados de un
escuálido y desentonado flautista. Pregunté a uno de los concurrentes que
representaban, y desganadamente respondió que el baile se llamaba La Danza de
los Doce Pares de Francia, el nombre no me dijo nada, así que insistí en que me
dijera quiénes habían sido, él se limitó a alzar los hombros delatando su
ignorancia al parejo que la mía, de vuelta en mi apartamento, averigüé en la
enciclopedia que aquel bailable representa al emperador franco Carlo Magno y su
docena de “ héroes ” de la cristiandad, los cuales en el relato ficticio
medieval, libran una batalla contra los paganos de Alejandría, esta representación
fue traída a México por los frailes católicos que llegaron junto con los
invasores españoles que arribaron a estas tierras en el siglo 16, y desde
entonces ha permanecido como manera de adoctrinamiento.
Después
de mi breve diálogo con aquel arisco sujeto, inmediatamente busqué un buen
ángulo para disparar la cámara fotográfica, pero para mi desilusión, a los
pocos instantes de haber comenzado a retratarlos la música se detuvo.
Me
desconcertó la brusca manera en que habían dejado de bailar, pensé que se
trataba de un receso. Aquellos bailarines hablaban entre sí, volteando mientras
me señalaban. No tardaron en acercarse para rodearme en apretado círculo que me
hizo sentir incómodo. Sin quitarse las máscaras que cubrían sus rostros, me
preguntaron qué hacía yo ahí. Les respondí que deseaba hacer un libro con las
tradiciones de la región, y que por esa razón los estaba fotografiando.
Tras
las máscaras sus voces se oían raras con el eco producido que acentuó el
agresivo tono con que uno de ellos me espetó:
Tú
no perteneces aquí, judío maldito.
Me
desconcerté totalmente. Les aclaré que no era judío.
Uno
de ellos entonces me retó:
Esa
barba es de rabino, no te hagas el idiota.
Lárgate,
no deberías estar en esta fiesta de católicos.
Repetí
que no era judío, agregando que sí así lo fuera, qué de malo había en eso.
Los
judíos crucificaron a Jesús, vociferó el más enardecido.
Los
machetes que empuñaban aquellos fanáticos me intimidaron a responderles que
ellos mismos, y todos los cristianos diseminados por el mundo jamás hubiesen
tenido la más remota oportunidad de ser aceptados por el iluso predicador
Jesús, pues él se dirigía exclusivamente a los hebreos, aquellos a los que les
habían practicado la circuncisión al nacer durante la ceremonia Berit Milá, y
posteriormente cumplido con los ritos de su religión, como es el Benei Mitzvá
entre otros.
Fueron
los rabinos judíos del Sanedrín, quienes lo empujaron hacia muerte por
considerarlo peligroso al delatar públicamente el lucro que se hacía en los
templos, aquellos rabinos no perdieron el tiempo en hallar un pretexto alegando
que el nazareno blasfemaba contra la Ley de Moisés al proclamarse hijo de dios
y rey de los judíos.
Poncio
Pilatos, prefecto en la provincia de Judea ocupada por los romanos no hallaba
delito sustancial, sin embargo, necesitaba un pretexto para calmar a la turba y
evitar una revuelta debido al descontento popular debido a los altos impuestos
que tenían que pagar al Imperio romano, así que Pilatos confabulado con los
rabinos, le dejó la decisión a la enardecida muchedumbre, la cual sin dudarlo
bramó:
¡
Ejecutadle, ejecutadle !
Siendo
así que Jesús fue condenado injustamente a ser clavado en el leño, según las
leyes romanas aplicadas a los delincuentes.
Sin
embargo, lo sucedido en aquella remota época no justifica las persecuciones y
masacres que a través de los siglos han sufrido los judíos, acusándoles de
haber asesinado a Jesús.
A
los bailarines que me acosaban en aquella inesperada situación, quise decirles
que su religión estaba divorciada de Jesús, pues el cristianismo lo había
elucubrado Pablo, nieto de Herodes el Grande, quien siendo apátrida tras la
decadencia de su linaje se dedicó a expandir sus propias doctrinas,
autonombrándose apóstol de Jesús.
Pero
obviamente no era el momento de hablar de esto, ellos estaban enardecidos, los
seres humanos necesitan creer en alguna superstición, de lo contrario, la
sensación de saberse solos en este inmenso universo les resulta insoportable.
Sin las religiones, no tolerarían la incertidumbre de el por qué estamos en
este mundo, sin aceptar que tras la muerte no existe ningún destino
paradisiaco.
La
mayoría son demasiado cobardes para disfrutar de libertad civilizada,
semejantes a un rebaño necesitan pastores que les indiquen el camino, dejándose
trasquilar monetariamente cual incultos borregos. Lo abominable es que con el
pretexto religioso se cometan genocidios en nombre de los dioses, las
religiones han causado numerosas guerras durante la historia de la humanidad.
En
aquella cima del apartado Cerro de la Santa Cruz, yo me sentía indignado estaba
en peligro de ser una víctima más de la intolerancia religiosa alimentada desde
el pasado por hombres ambiciosos que han usado el pretexto de ser los escogidos
de algún dios para doblegar a las masas, manipulando a criterios raquíticos con
la promesa de un premio celestial tras la monstruosa tarea de matar infieles
que no compartan la misma doctrina.
Los
fanáticos israelíes descontentos por las políticas a favor de Palestina
respaldaron el atentado que le arrebató la vida al Primer Ministro israelí
Yitzbak Rabín en 1995, tales judíos descienden de los que condenaron a muerte a
Jesús, existiendo muchos casos más de fanatismo religioso en diversas partes
del mundo, basta recordar a Godse aquel hindú radical que baleó a Gandhi, los
cristeros mexicanos cometieron atrocidades en nombre de su religión, los
racistas estadounidenses asesinaron a Martin Luther King, y la lista
trágicamente se extiende aún más.
La
mayoría de los seres humanos son cobardes que no se atreven a aceptar la
realidad de que dios no existe, ni el de los judíos, cristianos, católicos, musulmanes, ni el
otras tantas doctrinas.
Si
dios existiera sería un padre irresponsable, apático, holgazán, egoísta,
pretensioso que dejó a su incierto destino a sus hijos plagados de familias
disfuncionales, codicia, envidias, adicciones, delitos, superioridad, racismo y
en muchas ocasiones fanatismo.
Los
habitantes del planeta Tierra se han perjudicado irremediablemente con sus
conductas bélicas descuartizando al prójimo, mencionaré a los gobiernos
depredadores de las naciones invasoras, poderosas y también los tiranos de los
países subdesarrollados, los miembros del IRA ( Ejército Republicano Irlandés
), de las Brigadas Rojas ( Organización Terrorista Italiana ), sin pasar por
alto a los nazis, talibanes, tutsis y hutus, serbios, croatas y bosnios
protagonistas de masacres y de limpiezas étnicas. Desde siglos atrás, millones
de seres humanos se han convertido en energúmenos enceguecidos por el ansia de
poder y la arrogancia de creerse ser portadores de su única verdad.
Los
seres humanos disfrazan su xenofobia, odio y ambición tras preceptos
religiosos, o su lógica es cancerada por prejuicios raciales que han cegado las
vidas de luminosos innovadores.
El
cerco que formaban aquellos sujetos en la calurosa cima del monte se cerraba
apretándome, en dicho momento me llegó su tufo alcoholizado. Tratando de
convencerlos de que mi apellido no era hebreo, les mostré mi licencia para
conducir, la cual ni siquiera miraron. Me fustigaban con insultos. Algunos me
golpeaban las piernas con las hojas aplanadas de sus machetes, mientras otros
trataban de hurgar en mi maletín.
Estaba
yo realmente asustado. Ignoraba lo que querían de mí. Burlonamente me
empujaban. Luego exigieron que les diera los rollos de fotografía que había
tomado alegando que ningún intruso tenía el derecho de robarse su alma
capturada en sus retratos, para luego hacerles mal de ojo.
La
muchedumbre nos había rodeado cerrándome aún más el paso. Era imposible salir
de ahí. Decenas de curiosos se agolpaban para averiguar lo que sucedía.
Uno
de los bailarines, me preguntó:
¿
Traes dinero ?
Su
exigencia, aunque insultante, fue liberadora. Momentos antes la situación
conducía a ninguna parte. Ahora sabía lo que perseguían. Sentía las manos de
algunos intentando meterse a las bolsas de mi pantalón. Temí que me arrebataran
la cartera. Alcé la voz tratando de sonar enérgico, solamente conseguí que
siguieran mofándose tras las máscaras.
Entre
los amontonados a mi alrededor, alguno de ellos, gritó:
¡
Miserable judío, te vamos a meter una espina de maguey por atrás !
Las
risotadas me hirieron con humillación.
¿
Qué pasó con el dinero ?, les recordé nervioso. Exasperado otra vez por su
resentimiento racial.
Impaciente,
les grité:
¡
No soy judío, soy mexicano !
Un
metiche de entre los curiosos replicó:
No
seas mentiroso, tu no tienes pinta de paisano. De perdida eres un pinche
gachupín.
Tampoco
soy español, respondí tratando de no sesear, pues desgraciadamente tengo ese
defecto, y muchas veces la letras s y c las pronuncio como z.
Me
sentí enfermo. Los individuos que me apretujaban apestaban a transpiración
rancia, y su tufo era de licor y tabaco.
Me
tengo que ir, les dije, al mismo tiempo que trataba de empujarlos.
Tú
no te vas de aquí, desgraciado, y menos permitiremos que nos rempujes. Aulló
uno de ellos.
Metí
la mano a mi maletín, titubeando en sacar el revólver .38mm prestado con el que
solía viajar. Rápidas escenas pasaron por mi mente.
¿
Qué ganaría si lograba disparar todas sus balas ?
Ellos
eran muchos más. Además, la multitud quizá me lincharía. Durante esos momentos
de mi dolorosa indecisión, las campanas de la iglesia comenzaron a tañer. Todos
los rostros voltearon la mirada hacia la torre del campanario. Los bailarines
enmascarados también giraron sus cabezas. Se produjo una escena surrealista,
eran todos ellos autómatas respondiendo al sonoro adoctrinamiento. Ninguno
habló más. Para mi alivio me dieron la espalda para dirigirse hacia el templo.
Entre
los despojos de mi nervioso aturdimiento, escuché voces exclamando:
¡
Ya va a empezar la procesión, apúrense para ir a cargar al santito !
Los
feligreses se apretujarían para estar cerca del altar, continuarían aquellos
supersticiosos ritos.
Las
manos me temblaban. El rostro contraído por la tensión nerviosa pulsaba en mis
sienes. Miré alrededor, algunos niños se reían al verme, antes de correr hacia
la iglesia me arrojaron los restos de la fruta que estaban engullendo. Vi venir
los proyectiles hacia mí, sin embargo, fui incapaz de esquivarlos. Aquel
repugnante percance me había petrificado. Las cáscaras de sus mandarinas se
estrellaron contra mi pecho sonando a despectivo chasquido, otros gajos y
bagazo mancharon mi pantalón, el hueso de un mango me pasó rozando la cabeza
manchando mi cabello y la dignidad.
Encogí
las patas del tripie, me alivió palpar que mis cámaras se encontraban intactas,
emprendí el regreso sin atreverme a voltear hacia atrás. Bajé la pendiente
apresuradamente. Las suelas de mis zapatos resbalaban, temí al riesgo de caer
en algún barranco. El retorno se alargaba con mi impaciencia.
Por
fin pude ver mi camioneta estacionada, tenía la forma de amigable ballenato. Al
llegar al vehículo me percaté de que tenía obscenidades pintarrajeadas con
estiércol en el parabrisas.
Encendí
la marcha, oprimí el acelerador y empecé a gritar. Me dolió el rencor que
existe entre mi gente, muchos habitantes de pueblos ahogados en la miseria
odian indistintamente a cualquiera que posea lo que ellos no. Mis paisanos han
sido despojados a causa de la corrupción gubernamental que se ha enraizado
durante décadas, el sistema educativo es profundamente deficiente, escasean las
bibliotecas y centros deportivos, falta de empleo y oportunidades han sumido a
millones de mexicanos en la miseria, si el estómago está vacío no surge la
apetencia por leer, su mente ha sido secuestrada por la televisión comercial
envenenándoles con nocivas telenovelas, además, la holgazanería es propiciada
por la Iglesia Católica y sus innumerables lucrativos festejos y rituales,
millones viven en la obscuridad cultural, llenando su vacío existencial con
fanatismo religioso que los arroja a rezar, lanzar cohetes y danzar ante su
híbrida deidad que los estafará después de la muerte, pues el prometido eterno
paraíso no existe.
Soy
mestizo, mis rasgos físicos me hacen parecer extranjero en mi propia
tierra, me entristece que muchos de mis
paisanos guarden su distancia, con sobrada razón están resentidos, durante
siglos han humillados por generaciones y lo más desalentador es que en este
siglo 21 el racismo hacia los indígenas persiste.
Allá
arriba en el Cerro de la Santa Cruz, fui incapaz de convencer a la muchedumbre
de que algunos artistas buscamos la reconciliación social.
Mientras
empujaba a fondo el acelerador vociferé escupiendo frustración, la saliva
salpicó el tablero de mi vehículo automotriz.
Grité
con amargura mientras la aguja del velocímetro se movía hacia la nociva
derecha. La garganta me dolió hasta que tosí decepción.
©Manuel Peñafiel
Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.
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