Los Azteca, mis antepasados - Texto y Fotografías de ©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano
Los Azteca, mis antepasados
Texto y Fotografías de ©Manuel Peñafiel
Alrededor del año 1215; del Cerro de las Siete Cuevas
Chicomóstoc en Áztlan, migró una pequeña tribu que llegó al Valle Central de lo
que ahora es la República Mexicana; los Azteca arribaron sin más armas que
arcos y cuchillos de pedernal; sin otra vestimenta que taparrabos y
faldellines, calzando rústicas sandalias de cuero entretejido, la mayoría con
los desnudos pies llagados durante la ardua peregrinación; el idioma que
hablaban mis ancestros era el Náhuatl, sonido profundo que aún persiste en mi
siglo XXI, cuyo abundante léxico permite con el Cosmos conversar.
El menudo clan de los Azteca era aconsejado por sus cuatro
sacerdotes que profetizaban por consejo del dios Huitzilopochtli, belicoso
guardián de aquella valerosa etnia, la cual con el transcurso de los años tras
someter enemigos y forjar alianzas, consolidaría su poderoso imperio.
Los Azteca al principio, fueron siervos y mercenarios al
servicio de los Tolteca que se trasladaron al Sur después de la caída de su
antigua capital Tula. Lenta y hábilmente los Azteca se independizaron,
estableciéndose en el Cerro del Chapulín Chapultépec, donde con afán de
autonomía construyeron burdos conjuntos habitacionales de piedra, adoptaron el calendario
existente junto con las costumbres de sus antecesores, sin embargo, el
desarrollo de la reacia tribu Azteca a la integración con otras de la misma
lengua no les pareció conveniente a los Tepaneca, y a los Culhua, descendientes
de los Tolteca. Así que la trompeta de caracol bramó con el sonido de la
guerra, la atmósfera se erizó de flechas y carne desgarrada; la tribu Azteca
quedó casi exterminada; a los escasos sobrevivientes se les permitió vivir en
una zona inhóspita plagada de serpientes con la intención de que los reptiles
exterminaran a la débil y ruinosa horda, pero los Azteca no solamente se
recuperaron, sino que acabaron con las serpientes, ¡ comiéndoselas !
Y los Azteca nuevamente fraguaron planes, se consideró que el
pueblo ya estaba fuerte, y los soldados entrenados para declarar la guerra a
los Culhua, sin embargo, los Azteca fueron nuevamente derrotados y expulsados
de la región; fue entonces que el dios Huitzilopochtli usando las bocas de sus
sacerdotes, ordenó a la gente emprender la marcha, usar la serenidad, abrir los
ojos como el búho, y atisbar de la misma manera que lo hace el halcón, con el
objetivo de explorar la comarca para hallar el profético lugar, donde se
encontrara un águila posada sobre un nopal.
Fue durante el transcurso de un nebuloso amanecer, cuando
los rastreadores de la tribu dieron voces, anunciando jubilosamente que un
águila esplendorosa se encontraba posada sobre un cactus nopalli, devorando a
una combativa serpiente, y fue precisamente ahí, donde los sacerdotes con sus
rostros maquillados con rojo, azul y negro, encendieron copalli, dirigiendo las
volutas del aromático incienso hacia las cuatro puertas del rectángulo cósmico;
luego con el sahumerio tlacopalli, honraron a los guerreros caídos en combate,
convertidos en multicolores aves por obra de los dioses para premiar su
valentía; dentro de esta misma ceremonia, los chamanes también hicieron
invocaciones hacia el Norte, donde se ubica el Mictlan, habitado por los
difuntos en reposo. Y por último, los Azteca formados en procesión sostuvieron
en las palmas de sus manos hacia arriba, granos de maíz purificado previamente
bajo el resplandor de la Luna; formando la gente una cadena de esfuerzo mental
para proyectar dicha energía hacia los confines de la quinta región del Espacio
Sideral, donde moran las fuerzas renovadoras.
De esta manera, en el Tiempo y en el Universo, quedaría así
marcada la esotérica presencia, depositada en Metzxictli: El Ombligo de la
Luna; esta fue la manera en que sucedió, así me lo narró el jaguar que habita
en mi torrente genético aborigen, mis transbisabuelos Azteca se asentaron en
una isleta del Lago de Texcoco, la sabiduría de aquella águila, les había
indicado un favorable lugar situado estratégicamente en medio de tres reinos:
Culhuacan de los Culhua, al Sur, Atzcapotzalco, la tierra de los Tepaneca, al
Oeste, y Texcoco al Este; además, al estar rodeados de agua, esta circunstancia
ofrecía a los Azteca una defensa natural en caso de ataque.
Durante el surgimiento de lo que sería el esplendor Azteca,
al no existir en aquella época bestias de carga ni carretas, la construcción de
una ciudad sobre una isla provista de canales facilitaría los medios de
locomoción y comunicación, empleando canoas y embarcaciones se trazó una
ordenada red de canales. Entre pilotes, los peones acumularon raíces, lama y
hierbas, formando plataformas sólidas cimentadas hasta el fondo del lago; con
lodo se cubrió aquella masa donde se sembraron hortalizas y árboles frutales.
Para contener la tierra arrastrada por la lluvia, se
plantaron árboles de la especie ahuehuetl alrededor de aquellos huertos
acuáticos. Así fue como en el año 2 Calli Casa, el 1325 de nuestro calendario,
los ingenieros, arquitectos y albañiles Azteca construyeron aquellas isletas
artificiales llamadas chinampas, donde enraizó el árbol Quauitl - xicalli,
cuyas raíces los conectaría con la frondosidad universal. Mis antepasados los
Azteca - Mexica cortejaron a la Luna, honraron al Sol y a la Naturaleza,
pusiéronle peinetas al Maíz, engalanando sus residencias con fuentes y
jardines, acá fruta y mercados, allá los templos para venerar al Viento y a la
Lluvia.
La pujanza Azteca afiló el hacha de obsidiana con febril
ambición expansionista; con laboriosa y transcendente manera se fundó la ciudad
en honor al legendario cacique Tenoch; para aquél tiempo y para ser recordada
muchos siglos después, nació
México - Tenochtitlan.
©Manuel Peñafiel
Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.
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