Centenario del asesinato de Pancho Villa - ©Manuel Peñafiel, fotógrafo, escritor y documentalista mexicano.

Centenario del asesinato de Pancho Villa ©Manuel Peñafiel, fotógrafo, escritor y documentalista mexicano. Durante la filmación de mi documental Pancho Villa, la Revolución no ha terminado, la favorable fortuna me llevó hasta Guadalupe Villa Quezada, hija del destacado combatiente durante la Revolución Mexicana iniciada en 1910. En su modesta casita, fue donde transcurrieron varias horas de charla, mientras yo filmaba sus conmovedoras narraciones. Cuando conocí a Lupita Villa Quezada, su rostro era ya un historial de rugosa epidermis, pero al hablarme de su padre, sus ojos refulgían tras los vítreos lagrimales, las hazañas de aquel impetuoso jinete lograban que aquella anciana se fortaleciera rememorándolo con nostálgica veneración. Fueron muchos los episodios que me relató acerca del intrépido jinete nacido el año de 1878 en La Coyotada, San Juan del Río, Durango; siendo abominable su cobarde asesinato solapado por Álvaro Obregón Presidente de la República Mexicana, quien temeroso de que Pancho Villa se sublevara en contra de la corrupción gubernamental planeó dicho crimen. Fue así que Obregón permitió que Jesús Salas Barraza, diputado de la Legislatura local de Durango contratara a los matones José y Ramón Guerra, Melitón Lozoya, José Sáenz Pardo, Librado Martínez, Juan López Sáenz Pardo, José Barraza, y Ruperto Vera, quienes a mansalva abatieron al revolucionario, quien se encontraba molesto e inquieto al constatar que el manejo de la nación no iba dirigido hacia honestos rumbos. El Presidente Álvaro Obregón y el Secretario de la Defensa Plutarco Elías Calles toleraron el plan para deshacerse de Doroteo Arango, mejor conocido como Pancho Villa. Los pistoleros a sueldo arrendaron una casa en el número 19 de la calle de Gabino Barreda, cuyo frente daba a la calle de Juárez por donde Pancho Villa solía pernoctar cuando iba a visitar a una de sus mujeres en el Barrio Guanajuato del pueblo Hidalgo del Parral, Chihuahua; en dicho sitio le agradaba pasar largas temporadas. El 19 de julio ya estaba todo listo para liquidarlo, pero al momento de apuntar sus rifles y pistolas, irrumpieron en la mira los niños de la Escuela Progreso, donde la maestra Cholita les dijo: Miren ahí está el General Villa, vayan a agradecerle por haber traído a profesores para que ustedes abandonen la ignorancia, siendo capaces de defenderse contra el abuso de los hacendados y las trampas del gobierno. Aquellos pupilos pronto lo rodearon, y se pusieron a cantarle. Este bienhadado incidente le permitió al rubicundo duranguense existir algunas horas más. Sin embargo, la fatídica fecha sería al día siguiente 20 de julio de 1923. Dicha mañana todos aquellos camaradas que lo acompañarían en su postrero paseo se levantaron más temprano que de costumbre, entre ellos se hallaba su fiel compañero de armas el Coronel Miguel Trillo, quien le había llevado a Villa el automóvil para ir de regreso a su rancho en Canutillo, Durango. Pero el motor comenzó a fallar, se hicieron las reparaciones durante un buen rato, hasta que se logró poner la máquina en marcha; para probarla, subieron toda la calle Matamoros hasta el Cuartel Militar, regresándose para recoger a su preciado pasajero. Trillo le cedió el sitio del conductor a Pancho Villa, acomodándose él al lado de su patrón, en el asiento posterior y en parados sobre el estribo se acomodaron los demás miembros de la escolta: El General Antonio Medrano, Claro Hurtado, Ramón y Calisto Contreras. Los criminales habían colocado a un soplón al acecho con la sucia encomienda de que se quitara el sombrero al asegurarse de que su víctima viajaba dentro de su “ Fotingo ”, éste era el apodo de aquel motorizado mueble de marca Ford que Villa tanto disfrutaba conducir. Pancho Villa vio a Juan López saludándolo, sin sospechar que lo estaba espiando, aquel miserable delator hizo la seña convenida que consistió en quitarse el sombrero para limpiarse la frente con un pañuelo paliacate colorado. Al entrar el coche a la calle de Gabino Barreda bajando por el puente Guanajuato, los homicidas abrieron las puertas de los cuartos donde se habían hospedado. Eran pasaditas de las ocho de la mañana cuando se detonó el tiroteo, el caudal del plomo disparado hizo que el parabrisas estallara en las vidriosas lágrimas que empañarían a la historia mexicana. Pancho Villa quedó fulminado con cuarenta y siete balas incrustadas dentro de su cuerpo, al soltar el volante el carro se estrelló contra un árbol. El castigo de los rifles Máuser hizo que Miguel Trillo en contracción agónica quedara empinado de bruces sobre el marco de la portezuela. Aquellos custodios del que fuera un genial estratega en combate lo amaban como a un héroe viviente, sin embargo, ninguno tuvo oportunidad de defenderlo ante el repentino ataque a traición. Uno de ellos que iba sobre el guardafangos cayó muerto pasándole las llantas por encima. Antonio Medrano hizo fuego atrincherándose debajo del vehículo. De todos ellos, únicamente se salvó Calisto Contreras tan malherido que su brazo quedó colgando desgarrado en sanguinolentos girones. Cuando el hervidero de tiros perforaba cuerpos, ventanas y carrocería, Calisto sin importarle desangrarse inútilmente trató de proteger a su venerado comandante Villa arrastrándolo debajo del chasis, pero su vehemencia resultó inútil, al leal villista tuvieron que amputarle el brazo izquierdo destrozado por las balas expansivas. A Pancho Villa le gustaba aquel pueblo, y solía exclamar: ¡ Parral me gusta hasta pa’ morirme y quedarme aquí ! A Doroteo Arango desde su infancia la miseria y los abusos de los impunes adinerados, pérfidos gobernantes y terratenientes lo marcaron para siempre. En 1894, cuando él tenía dieciséis años a su hermana Martina la violó uno de los hijos de Laureano López Negrete propietario de la Hacienda Sombreretillo; fue entonces que arrebatado por la ira Pancho Villa empuñó un revólver y lo mató. Este violento suceso lo obligó a huir para refugiarse en las cuevas de las montañas escarpadas, de sus lóbregos escondites emergía cual acosado depredador para hurtar el ganado cuernilargo que le permitió sobrevivir por algún tiempo. El esforzado fugitivo intentó en varias ocasiones recuperar su dignidad arrebatada, sin otro anhelo que conseguir justicia con la Revolución Mexicana de 1910, durante la cual audazmente se transmutó en vertiginoso guerrero para perseguir bravíamente la ilusión de una mejor Patria, siendo Comandante de la División del Norte; a pesar de que aquel levantamiento social fue infructuoso, el destino jamás disiparía las imborrables huellas de un revolucionario auténtico que al galope demostró su valentía. ©Manuel Peñafiel Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano. El contenido literario y fotográfico de esta publicación está protegido por los Derechos de Autor, las Leyes de Propiedad Literaria y Leyes de Propiedad Intelectual. Sin embargo, puede ser reproducido con fines didáctico - culturales sin omitir el nombre de su autor Manuel Peñafiel y los créditos de sus fotografías; queda prohibido utilizarlo con fines de lucro. 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