La muerte de Emiliano Zapata ©Manuel Peñafiel, fotógrafo, escritor y documentalista mexicano.

La Muerte de Emiliano Zapata ©Manuel Peñafiel autor del documental Los Últimos Zapatistas, Héroes Olvidados; y del libro Emiliano Zapata, un valiente que escribió historia con su propia sangre. Gabriel Zapata acostumbraba levantarse al amanecer, su acongojado cuerpo le mortificaba, no por la edad, sino por el resentimiento y el rencor, aquel desasosiego era mitigado por el dulce café preparado por su esposa Cleofas. Con recias manos Gabriel conducía la yunta, con la cual araba el terruño que apenas le permitía ir malpasándola con su familia. Los hacendados se habían apoderado de sus demás parcelas, se las habían arrebatado arbitrariamente, con el descaro de quienes tienen comprada la ley. Los hacendados solían cambiar de lugar las mojoneras que deslindaban las propiedades de cultivo. A los campesinos se les había empujado a la deriva, en cambio los ricos poseían los mejores pastizales y mediante compuertas controlaban el río; el agua que antes era para todos, se racionaba al capricho de los latifundistas. Emiliano Zapata había visto como a su padre le habían citado varias veces para aquellas diligencias judiciales encaminadas a despojarlo de sus predios. El presidente de la República Mexicana en aquel entonces era Porfirio Díaz, tiempos durante los cuales se incrementó la inversión extranjera, con este flujo de capitales, la calidad de vida aumentó para los privilegiados en el poder gubernamental y sus empresarios favoritos; pero los explotados obreros y campesinos vivían en rústico purgatorio, tolerando sumisamente la humillación con tal de ganarse el sustento diario. A los hacendados les pertenecían las tiendas de raya, en donde se les vendía a los peones toda clase de mercancia para su supervivencia, incluyendo los aperos de labranza, a cuenta de su salario por devengar. Los campesinos vivían endeudados, con cuentas que crecían haciéndose impagables. En Anenecuilco, se redactaron varias cartas dirigidas a Porfirio Díaz, en las cuales se reclamaba la tenencia de la tierra y la justa remuneración al trabajo. Pero lejos de impartir la justicia, las autoridades del Estado de Morelos tomaban represalias en contra de quienes se atrevían a exigir sus derechos. Fue entonces que a la usanza indígena se reunió el Consejo de Ancianos presidido por el viejo patriarca, sus ánimos ya estaban desgastados. Era necesario elegir entre los pobladores de Anenecuilco a un impetuoso jefe, con el arrojo suficiente para recuperar las parcelas de cultivo. En Emiliano Zapata cayó la arriesgada empresa. El joven prócer reunió a la gente y con firmeza les dijo: Hemos decidido reclamar la tierra por la fuerza de las armas. Fue precisamente lo que los humillados campesinos deseaban escuchar. Algunos fueron a sus jacales por escopetas de cazar liebres y palomas, otros desempolvaron vetustas carabinas, los demás se armaron con lo que pudieron, el tridente y el machete también eran buenos para cortar gachupines hacendados. La hueste de Emiliano Zapata creció rápidamente, la misma gente lo ascendió a General: y así cabalgó al frente de su numeroso ejército, luchando por una vida digna para los labriegos. La contienda fue cruenta, no había que comer, algunas de las valientes mujeres que acompañaban a sus hombres, improvisaban insípidos guisos de tlacuache sin sal, la correosa carne la comían en tacos hechos con las hojas del elote. Las tropas marchaban bajo recios aguaceros, rogando porque pronto amaneciera para que los rayos del sol secaran sus empapadas ropas. La Revolución Mexicana iniciada en 1910 duró más de diez años, durante los cuales miles de mexicanos fallecieron.Venustiano Carranza llegó a la presidencia, muchos revolucionarios en otras partes del país ya se habían desbandado, no así Emiliano Zapata, quien negaba someterse hasta ver cumplidos los postulados de su Plan de Ayala. El Caudillo del Sur no había olvidado el clamor de sus paisanos al iniciar la lucha: Tierras, aguas, bosques, justicia y libertad. Pero a Venustiano Carranza le estorbaba y despreciaba a aquel indígena insurrecto, así que encargó la campaña del Sur en contra de Emiliano Zapata al General Pablo González, quien se apoderó de Cuernavaca. Para eliminar a Emiliano Zapata, Pablo González y Luis Patiño fraguaron un plan para hacerle creer a Zapata que el Coronel Jesús Guajardo había desconocido al gobierno de Carranza. Guajardo envió correspondencia con falsos ofrecimientos, y Emiliano creyó en el impostor, entonces le ordenó el ataque a Jonacatepec, se simuló la contienda, pero en realidad no hubo combate, sino que los falsos defensores de acuerdo con Guajardo entregaron la guarnición. Emiliano equivocadamente se convenció de que Guajardo también buscaba el triunfo de la Revolución Mexicana, así que le indicó que concentrara sus tropas en la Hacienda de Chinameca, así lo hizo Guajardo el 10 de abril de 1919. Esa misma mañana, Emiliano recibió invitación de Guajardo para comer en dicha finca, con el pretexto de tratar lo relativo al parque y los abastecimientos. Montando su caballo alazán, Emiliano se dirigió a la Hacienda de Chinameca, quedándose el resto de su confiada tropa bajo la sombra de los árboles. La guardia parecía preparada para hacerle honra al General Zapata. El clarín tocó tres veces llamada de honor y al apagarse la última nota, los soldados que presentaban armas le descargaron dos veces sus fusiles a quemarropa. La perfidia se abatió sobre el moreno jinete, derribándolo bajo cobarde granizo de metal disparado por la espalda. El Caudillo del Sur cayó acribillado, las impunes balas rasgaron su piel, violando sus fornidos músculos. Caliente plomo abrió vísceras y arterias, sus pulmones estallaron, los huesos se astillaron en filosa pedacería, los proyectiles que le atravesaron, salieron floreando la carne en empapados pétalos. Emiliano Zapata lo primero que sintió fue como si docenas de dedos lo empujaran del caballo, pero aquello no era un empujón, sino la fuerza de las balas. Cayó aquel bravo hombre a la burda tierra, dentro de su cuerpo sentía una laguna muda y carmesí. Emiliano no podía creer lo que estaba sucediendo, lo habían traicionado, así suciamente, como todas las felonías gubernamentales infestadas de mentiras. Le dió coraje, pero no pudo pensar mucho en eso, el dolor era tan intenso que parecía que sus miembros se desprenderían como lágrimas de herida tuna. Le flageló la tristeza, su fin había llegado, pero no el de su tarea, allá en los polvosos muladares los niños seguirían muriendo en la miseria, continuaría la corrupta infección burocrática, persistiría la indolencia del gobierno hacia los necesitados. Emiliano pensó en sus padres, en sus hermanos y en su propia familia, sus recuerdos estaban hinchados de pobreza. Creyó estar soñando, galopando libre, pero no era un sueño, inútilmente trató de acogerse a la vida, su encomienda no había terminado, sus paisanos le habían encargado la restauración de su honor y la propiedad de una vida decorosa. Pero aquellas insolentes balas lo habían perforado, su vida se le escapaba, como cuando vuela el jilguero a inalcanzable rama. Emiliano se quiso aferrar a algo para no sucumbir en aquel pozo que ya se estaba poniendo frío, pero sus manos estaban agarrotadas incapaces de cambiar al destino, caía hondo hacia la obscura incógnita que viene con la muerte. Emiliano Zapata supo entonces que irremediablemente fallecía, y ya no podría cabalgar jamás. ©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano. El contenido literario y fotográfico de esta publicación está protegido por los Derechos de Autor, las Leyes de Propiedad Literaria y Leyes de Propiedad Intelectual, sin embargo, puede ser reproducido con fines didáctico - culturales mencionando el nombre de su autor Manuel Peñafiel y sus créditos por las fotografías; queda prohibido utilizarlo con fines de lucro. This publication is protected by Copyright, Literary Property Laws and Intellectual Property Laws. It can only be used for didactic and cultural purposes mentioning Manuel Peñafiel as the author and his credits for the photographs. 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